De viaje por Bulgaria: Rila y Melnik (III)
Una vez visitada la capital y antes de lanzarse a descubrir el resto del país algunos viajeros buscan excursiones cercanas. La más habitual es el monasterio de Rila, declarada por la UNESCO patrimonio mundial. Sin embargo el complejo religioso se encuentra en un paraje natural incomparable y también es una buena opción aprovechar el viaje para hacer algún recorrido por el macizo del mismo nombre.
Siguiendo más hacia el sur, ya en la frontera con Grecia, sí que podéis visitar otro paraje natural precioso, muy diferente a la orografía del resto del país, y un pequeño monasterio, este sí completamente "auténtico". Se trata de Melnik, la ciudad más pequeña de Bulgaria, que no llega a los 400 habitantes, y sus alrededores. La ciudad es muy pequeña pero bonita. Las construcciones nuevas están obligadas a seguir el modelo arquitectónico tradicional por lo que se preserva sin aberraciones arquitectónica. Lo único que tiene para visitar son las bodegas, y los puestos y restaurantes turísticos. En cualquier caso el lugar es muy tranquilo y los precios, aunque ligeramente superiores que en otras zonas, siguen siendo muy muy económicos, por lo que vale la pena cenar en alguna terraza junto al río, degustando algún plato típico y un vino local.
Lo más destacado de la ciudad es el paraje en el que está escondida, en medio de una zona montañosa arenisca, que recuerda por momentos a Capadocia, y el monasterio de Rozhen, uno de los más antiguos del país, para nada turístico y realmente bonito. La visita al monasterio es la excusa perfecta para poder pasear por tan maravilloso paisaje. Existe un camino desde la ciudad hasta la cima en la que está situado Rozhen. En opinión de los locales el camino "turístico" es demasiado largo y duro para los turistas, vamos, que sólo es de bajada, y por tanto se debe subir en taxi o en autoestop por la carretera y bajar andando cuando cae el sol, el mejor momento para contemplar toda la belleza de la zona. Nosotros nos pusimos tozudos y decidimos subir andando después de comer. ¿Y qué paso? Que nos perdimos. El camino está muy bien señalizado hasta cierto punto, en el que te chocas de frente con una pared. En ese lugar no hay ninguna indicación para continuar hacia Rozhen, pero al mismo tiempo no tiene sentido que todo esté tan señalizado y de repente te quedes en medio del bosque con cara de tonto frente a una pared. Perdimos más de dos horas dando vueltas por allí, rehaciendo el camino, subiendo por senderos que no llevaban a ninguna parte, para que hacia las 6 de la tarde y con una mala leche que no me aguantaba (de 6 km habíamos hecho 2 y el monasterio cerraba en una hora) decidimos subir a la de sesperada por entre la maleza y los arbusto que había justo por el lado derecho del muro y sí, allí estaba el puñetero monolito que indicaba de nuevo el camino. A partir de ese punto el sendero empieza a ascender imparable por el bosque y hay indicaciones cada pocos metros. El desnivel es pronunciado pero se puede hacer perfectamente... aunque la verdad, nosotros en ese momento nos vimos en la duda de si seguir hacia arriba a lo loco para intentar llegar de día al monasterio o volver a casa. Jamás he subido un cerro como en aquella ocasión, corriendo y completamente excitados, y sin embargo valió la pena. Tal vez haya mitificado el monasterio en mi memoria, pero tras el esfuerzo realizado llegamos a él justo al caer el sol y pudimos disfrutar completamente solos de su iglesia y el pequeño patio que la rodea. Y él último golpe de suerte fue encontrar a unos turistas turcos que nos bajaron en coche hasta la ciudad justo cuando ya caía la noche y teníamos todo la carretera por delante.
Por cierto, bajando del monasterio hacia la carretera hay un árbol lleno de pulseras rojas y blancas, las marternitsas. Se trata de una tradición bulgara muy extendida. El 1 de marzo la gente se regala estas pulseras como signo de buena suerte. En ese momento piden un deseo y la llevan contigo como mínimo un mes. Cuando ven una cigüeña cuelgan la pulsera en las ramas de un árbol frutal y se supone que el deseo se cumplirá.
El mayor problema que tiene Melnik es que está un poco a desmano de todo, excepto si vais camino a Thessaloniki en Grecia. Para llegar allí fuimos en tren desde Sofía hasta Sandansky. El tren te deja a unos kilómetros de la ciudad. Seguramente se os ofrecerá algún taxista. Regatear el precio y si no lo veis claro coger el urbano que todo el mundo espera y una vez en la ciudad sólo son cinco minutos hasta la estación de bus. Preguntando a la gente no suele haber problema para encontrarla y allí se coge un viejo autobús que lleva a Melnik. El viaje no tiene pérdida, sobretodo porque el conductor del autobús es un búlgaro que habla perfectamente castellano y os explicará horarios y demás, sobretodo de cara a marcharos de Melnik, porque allí no hay estación. Para volver a Sofia nosotros optamos por coger el mismo autobús y conductor pero hasta Grabrovo, donde ya tomamos un autobus de línea regular.
Por último, y respecto al alojamiento Melnik, como lugar turístico cuenta con algún pequeño hotelito y una pensión, pero también hay familias que ofrecen una habitación por el mismo precios que ésta última, unos 10 levas, hace unos años la opción más barata en el país pero que se está perdiendo a medida que surgen nuevos albergues de mochileros. Nosotros conseguimos regatearle a una señora mayor 2 levas y nos fuimos con ella y su nieto a su casa, y sin duda acertamos. La casa estaba situado ascendiendo por un cuesta, lo que nos permitió disfrutar de una bonita vista de la ciudad, y la señora era encantadora, por lo que a pesar de la barrera lingüística pasamos algún ratillo con ella, la vimos trabajando en unas especias de obleas gigantes muy extrañas e incluso saboreamos algunos de los racimos de uva que daban sombra en su patio.
Os dejo algunas fotos de Melnik, de la señora y su casa (señora que por cierto sale en una postal de la ciudad ataviada con el traje típico y un burrito y que no dudamos en comprar), del camino al monasterio y el patio del mismo.
De viaje por Bulgaria (I)
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